lunes, 28 de abril de 2014

lunes, 19 de noviembre de 2012

domingo, 27 de noviembre de 2011

PRIMER ENARBOLAMIENTO DE LA BANDERA NACIONAL




El 27 de febrero de 1812, en la Batería Independencia de Rosario, a las seis y media de la tarde, Manuel Belgrano mandó a enarbolar por primera vez la bandera argentina; pero de inmediato el Triunvirato lo amonestó y le ordenó guardarla.

El cumpleaños de la mayor insignia patria conlleva por esto un sabor amargo: haber fijado el Día de la Bandera el 20 de junio, aniversario de la muerte de su creador, es un homenaje, pero también, una forma de evitar tan engorrosa historia.

Explicar que tras la creación de la enseña azul y blanca, la Argentina volvió a tener durante cuatro años la bandera roja realista, incomoda a más de uno.

El 13 de febrero de 1812, Belgrano le había pedido al Triunvirato una escarapela nacional que distinguiese a sus soldados de los españoles, porque la insignia que usaban era igual a la de las tropas enemigas.

El 18 de febrero de 1812, el Triunvirato creó la escarapela nacional, gesto al que nueve días más tarde un entusiasmado Belgrano respondió con el enarbolamiento de la primera bandera.

El 27 de febrero le escribió al Triunvirato: “En este momento, que son las 6 y media de la tarde, se ha hecho la salva en la Batería de la Independencia (…)

Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional. Espero que sea de la aprobación de V.E.” Pero el Triunvirato no la aprobó: jaqueado por la situación política internacional, el 3 de marzo de 1812 el gobierno le ordenó ocultarla; sin embargo, el general, en viaje al noroeste, no recibió a tiempo la orden y el 25 de mayo enarboló bandera en Jujuy, donde fue bendecida por primera vez.

En junio, el Triunvirato volvió a recriminarle: “La situación presente, como el orden y consecuencia de principios a que estamos ligados, exige (…) que nos conduzcamos con la mayor circunspección y medida; por esto, la demostración con que V.S. inflamó a las tropas de su mando enarbolando la bandera blanca y celeste, es a los ojos de este gobierno de una influencia capaz de destruir los fundamentos que justifican nuestras operaciones”.

Y agregaba: “ha dispuesto este gobierno que sujetando V.S. sus conceptos a las miras que reglan determinaciones con que él se conduce, haga pasar como un rasgo de entusiasmo el enarbolamiento de la bandera blanca y celeste, ocultándola disimuladamente y sustituyéndola con la que se le envía, que es la que hasta ahora se usa en esta fortaleza y que hace el centro del Estado”.

Belgrano prometió guardarla hasta que un triunfo meritara volver a exponerla y la oportunidad se la dio la batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812.

Entre tanto, en Buenos Aires, el fervor patrio se mantenía en pie: el 23 de agosto, en la Iglesia San Nicolás de Bari, al celebrarse un oficio para festejar el aplastamiento de la conjuración de Alzaga, la bandera flameó en las narices de uno de los triunviros, Miguel de Azcuénaga, que asistió a ese acto.

Lo mismo ocurrió al saberse del triunfo de Belgrano en Tucumán: “El 5 de octubre (1812), cuando en esta capital se difundió la noticia de la victoria de Tucumán, a la puesta del sol se arrió la bandera rojo y gualda del fuerte y en la misma asta se izó un gallardete celeste y blanco, que dominaba a la insignia amarilla y encarnada que quedaba debajo”, escribió en sus “Memorias curiosas” Juan Manuel Beruti.

No fue todo: al año siguiente, el 13 de febrero, el Ejército del Norte juró obediencia a la Asamblea del Año XIII en presencia de la bandera nacional, que sin embargo no fue reconocida como tal sino hasta el 20 de julio de 1816, cuando el Congreso de Tucumán le dio por ley ese carácter.

”Elevadas las Provincias Unidas en Sud América al rango de una Nación, después de la declaratoria solemne de su independencia, será su peculiar distintivo la bandera celeste y blanca”, sancionó.

Pero ya habían pasado cuatro años y apenas faltaban otros tantos para que, olvidado y pobre, muriera Belgrano, su creador. Tan olvidado, que sólo uno de los ocho periódicos de Buenos Aires informó de su deceso. Tan pobre, que tuvo por lápida el mármol del lavatorio familiar.



Fuente
Bertolini, Ana María – La azul y blanca cumple 195 años – Buenos Aires (2007)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

miércoles, 29 de junio de 2011

SUTEP logró un 33% de aumento salarial para los Trabajadores de Teatro


El Sindicato Único de Trabajadores del Espectáculo Público (SUTEP) y la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales (AADET), firmaron un acuerdo salarial por medio del cuál los trabajadores de teatro de todo el país percibirán, desde el 1 de mayo de este año, un incremento del 33% en sus salarios.

El aumento salarial será desglosado de la siguiente manera: desde mayo los trabajadores percibirán un aumento del 10% sobre el salario básico del mes de Abril del 2011. Luego, en el mes de Septiembre se incrementaran los salarios un 10% más, acumulativo al anterior. Y por último, en el mes de Enero 2012 se sumará otro 10% de aumento acumulativo que regirá hasta el mes de Abril 2012, convirtiéndose de esta manera en un 33% de aumento salarial total.

El acuerdo tiene vigencia desde el 1 de mayo de 2011 hasta el 30 de abril de 2012 y afecta a todos los trabajadores de teatro cuyas actividades están regidas por los convenios colectivos 291 y 312, ambos del año 1975. El convenio 291/75 regula la actividad de acomodadores, avisadores, encargados de toilette y/o guardarropas, porteros, porteros de túnel, serenos, boleteros, jefes de boletería, capataces, conserjes, utileros, modistas, vestidoras y sonidistas. Por su parte el 312/75 lo hace con los electricistas teatrales.

Este es otro logro importante para los compañeros porque mejora sus ingresos, de una manera justa, equilibrando sus salarios con la realidad de nuestro país.

sábado, 18 de diciembre de 2010

EVA PERÓN: Mensaje de Navidad de 1951


Hubo un tiempo lejano en que, en nuestra tierra, prevalecieron los hombres de bien, conducidos por la exaltación de sus virtudes y la moderación de sus defectos y errores.

Tiempo añorado en que lo sublime de los principios no era su mera enunciación, sino su realización práctica a través de soluciones concretas en beneficio de la Patria y del pueblo.

Tiempo casi místico en que el contenido de la Revelación evangélica “DIOS ES AMOR” no servía de muletilla para discursos vacuos en boca de “pastores” decadentes, sino como sólido fundamento para intentar una palabra de redención despojada de resentimientos y rencores disolventes. En aquel tiempo, casi olvidado, esplendió en Argentina el último destello de Cristiandad, es decir una construcción espiritual, política, cultural y social genuinamente cristiana. Luego los sedicentes cristianos, lobos vestidos con piel de corderos, se sumaron a los resentidos y a los malignos en sus esfuerzos por abatir esa obra promisoria y esperanzadora.

Por ello, al cabo de las décadas, llegamos a este oscuro presente, violento y anonadante. Para mostrar la profundidad del abismo al que nuestra querida Patria fue empujada, reproducimos el Mensaje que la señora Eva Perón dirigió, desde su lecho de enferma, la Nochebuena de 1951. Discurso más significativo aun considerando que muchos gobernantes posteriores, ninguno de ellos auténtico conductor del pueblo argentino, guardaron y guardan sospechoso silencio en ocasión de las Fiestas de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. (LHV Nº 56-57)




Leído por ella misma en su lecho de enferma

Todos los años, la Nochebuena nos reúne en el hogar inmenso de la Patria.

Y como si fuese una cosa ritual e imprescindible siento la imperiosa necesidad de hablar con mi corazón para todos los corazones amigos de la gran fraternidad justicialista.

Esta noche hacemos una tregua de amor en el camino de nuestras luchas y de nuestros afanes; y sólo pensamos en las cosas buenas y bellas que nos ha regalado la vida en el año que se acaba hundiéndose ya como un cometa en el horizonte de la eternidad, dejándonos una estela de recuerdos en el alma.

En todos los hogares del mundo, hombres y mujeres, ancianos y niños de todos los pueblos, en este mismo instante maravilloso están rindiendo homenaje al amor y están encendiendo en sus corazones las lámparas votivas de sus mejores recuerdos. ¿Por qué no hacer lo mismo nosotros en este inmenso hogar que es nuestra tierra? ¿Acaso no somos una gran familia?

Preside la mesa invisible de nuestra Nochebuena la figura de Perón, nuestro líder, nuestro conductor y nuestro amigo. Aquí está, sobre todos nosotros, mirando más allá del horizonte, con la mano firme puesta sobre el timón de nuestros destinos y con su corazón extraordinario, pegado a los sueños y a las esperanzas de su pueblo, Sobre todos nosotros, que somos y que nos sentimos hermanos porque nos une el vínculo de los mismos ideales y de los mismos amores. Por eso; porque somos y porque nos sentimos una inmensa familia y porque no podemos evadirnos del sortilegio maravilloso que en esta noche embarga el corazón de todas las familias del mundo, nosotros nos reunimos también en esta medianoche del amor y del recuerdo, para rendir precisamente nuestro homenaje al amor y para dejarnos llevar por los recuerdos del año que ya empieza a morir.

Por eso estas palabras mías se atreven a romper el bullicio o el silencio de la noche, se animan a llegar con su mensaje al corazón de todos los hogares que quieren recibirlas con cariño y se derraman así sobre la mesa invisible de la Patria Nueva, como un canto de amor y de esperanza.

Lo primero que se me ocurre es agradecer a Dios, porque en medio de un mundo casi definitivamente olvidado del amor, nosotros creemos en su poder y en su fecundidad, y nos permitimos anunciar la buena nueva de su advenimiento por el camino del Justicialismo.

Por eso nos regocijamos y nos alegramos en la fiesta de esta noche.

Hace diecinueve siglos y medio Dios eligió a los humildes pastores de Belén para anunciar el advenimiento de la paz a los hombres de buena voluntad. Sobre aquél mensaje, los hombres de mala voluntad han acumulado diecinueve siglos y medio de guerras, de crímenes, de explotación y de miseria, precisamente a costa del dolor y de la sangre de los pueblos humildes de la tierra. Y cuando todo parecía perdido, acaso definitivamente, nosotros, un pueblo humilde, a quien la soberbia de los poderosos llamó "descamisado"; nosotros, un pueblo que repite en su generosidad, en su sencillez, en su bondad, la figura de los pastores evangélicos, hemos sido elegidos entre todos los pueblos y entre todos los hombres, para recoger de las manos de Perón, bañado en el fuego de su corazón e iluminado por sus ideales de visionario, el antiguo mensaje de los ángeles.

Salvando las distancias y remedando el cántico antiguo, podríamos decir que Dios ha hecho grandes cosas entre nosotros, deshaciendo la ambición del corazón de los soberbios, derribando de su trono a los poderosos, ensalzando a los humildes y colmando de bienes a los pobres.

Por eso la Nochebuena nos embarga el corazón con la armonía de sus encantos prodigiosos, porque la Nochebuena es nuestra, es la noche de la humildad, la noche de la justicia. Y el Justicialismo que Perón nos ha enseñado y nos ha regalado como una realidad maravillosa de sus manos, es precisamente eso, algo así como el eco vibrante del anuncio que recibieron los pastores o como el reflejo encendido de la estrella que señaló, en la noche de los hombres, el divino amanecer de una redención extraordinaria.

Esta noche también sentimos que empieza ya a morir el año que termina. Por eso nos gusta rememorar las alegrías y las penas que nos trajo sobre el hombro de sus días y de sus semanas, y hasta los dolores ya sobrepasados nos parecen esta noche menos amargos.

Acaso, precisamente, porque ya son recuerdos.

Este año que se va nos ha dejado la marca de su paso en el corazón y lo mismo que en todos estos años que van pasando sobre nosotros, bajo la mirada y la protección serena de Perón, la de 1951 es una marca de felicidad. Yo sé que dentro de muchos años, cuando en esta misma noche los argentinos se dejen acariciar por el recuerdo y retornen sobre sus alas al pasado, llegarán a estos años de nuestra vida y dirán melancólicamente: entonces éramos más felices, Perón estaba con nosotros. Porque la verdad, la indudable verdad es que todos somos ahora más felices que antes de Perón. No tanto por los bienes materiales que poseemos, cuanto por la dignidad que nos dio con su esfuerzo infatigable. Si nuestra felicidad residiese solamente en las riquezas materiales, no tendríamos derecho a ser dichosos. Pero nos sentimos felices porque en el seno de la gran familia justicialista que formamos, todos somos hijos iguales de la misma Patria, con los mismos derechos y los mismos deberes. Nos mide a todos, con la misma medida, la vara de la misma justicia. Nos ampara la bandera enhiesta de la dignidad y nos abraza la generosidad paternal del mismo amor que brota del corazón inigualable de Perón. Ahora sí podemos abrir nuestro corazón a la palabra ardiente del amor y comprendemos el verdadero sentido de la fraternidad.

No queremos vanagloriarnos con orgullo de lo que somos ni de lo que tenemos, pero en esta noche, propicia para los aspectos del corazón, sentimos la necesidad de decirle a los hombres y mujeres del mundo el sencillo secreto de nuestra felicidad, que consiste en poner la buena voluntad de todos para que reinen la justicia y el amor.

Primero la justicia, que es algo así como el pedestal para el amor.

No puede haber amor donde hay explotadores y explotados. No puede haber amor donde hay oligarquías dominantes llenas de privilegios y pueblos desposeídos y miserables. Porque nunca los explotadores pudieron ser ni sentirse hermanos de sus explotados y ninguna oligarquía pudo darse con ningún pueblo el abrazo sincero de la fraternidad.

El día del amor y de la paz llegará cuando la justicia barra de la faz de la tierra a la raza de los explotadores y de los privilegiados, y se cumplan inexorablemente las realidades del antiguo mensaje de Belén renovado en los ideales del Justicialismo Peronista:

Que haya una sola clase de hombres, los que trabajan;

Que sean todos para uno y uno para todos;

Que no exista ningún otro privilegio que el de los niños;

Que nadie se sienta más de lo que es ni menos de los que puede ser;

Que los gobiernos de las naciones hagan lo que los pueblos quieran;

Que cada día los hombres sean menos pobres y

Que todos seamos artífices del destino común.

Para que todo esto se consolide como una realidad duradera entre nosotros, seguiremos luchando con Perón, al pie de sus banderas victoriosas, hasta el último aliento que nos dé la vida.

En este año que se acaba, hemos conseguido que Perón nos acompañe otra vez y nos conduzca, en una nueva etapa de la Patria; y nos disponemos a rodearlo con nuestro cariño y ayudarlo con nuestro esfuerzo, para que se cumplan todos los sueños de su corazón. Yo seguiré a su lado, brindándole también mi cariño, por todos los que lo quieren y cuidando sus espaldas para salvarlo del odio de sus enemigos. Seguiré a su lado con todos ustedes, mis amigos descamisados, mis compañeros trabajadores; con todos los que se sientan peronistas de corazón. Seguiré a su lado como la simple y humilde mujer que renunció a todos los honores, porque le gustaba más que su pueblo la llamase cariñosamente: Evita.

Con mis últimas palabras, llega el momento de los augurios y de los deseos.

Aquí, a mi lado, en la cabecera de la mesa familiar que nos reúne a todos bajo el cielo estrellado de la Patria, está nuestro conductor y nuestro líder.

El primer deseo de mi brindis es para él: que sea siempre feliz, que lo acompañe siempre el cariño de todos ustedes, por muchos años, hasta el fin de sus años, porque se lo merece como premio de sus afanes y sus sacrificios.

El otro augurio de mi brindis es para mi pueblo, para todos ustedes; y no puedo expresarlo de otra manera que deseándoles sencillamente que sean muy felices, cada vez más felices.

Y por fin, yo me permito reunir simbólicamente la copa con que brinda cada uno de ustedes con mi propia copa, que contiene la misma sidra humilde, con la misma sencillez de nuestro corazón. Levanto al cielo con ella los deseos, los sueños y las esperanzas de todos, para que en esta noche prodigiosa el amor infinito los toque con la vara de sus milagros y los convierta en realidad.

sábado, 22 de mayo de 2010

LA UNIVERSIDAD NACIONAL Y LOS TRABAJADORES

Universidad Obrera Nacional (U.O.N.) es el nombre que recibió la actual Universidad Tecnológica Nacional de la Argentina durante el período entre 1948 y 1959.


Por medio de la Ley 13.229 del año 1948 se creó la UON, aunque no fue antes de 1952 que el Poder Ejecutivo Nacional sancionó un Decreto N° 8014/52 por el cual reglamentó la citada ley y le confirió a la Universidad su primer reglamento de organización y funcionamiento.


La UON tendría por objeto formar "Ingenieros de Fábrica", capacitados para producir procesos de producción. Se pensaba en un perfil profesional más "práctico" que el de los ingenieros tradicionales. Sus alumnos tendrían la obligación de trabajar en su especialidad y cursarían una carrera de cinco años.


Los cursos fueron finalmente inaugurados por el Gral. Perón el 17 de marzo de 1953. En 1954 se fundaron las Facultades Regionales Bahía Blanca, La Plata y Avellaneda, en julio de 1955 la de Tucumán.


El comienzo de ese proceso, originado en una etapa de fuertes cambios políticos y a su vez coincidente con el fin de la II Guerra Mundial y con el arranque de la industrialización argentina, estuvo signado por un apasionamiento que iba más allá de lo puramente educativo o académico.


Tras el derrocamiento del gobierno constitucional de Juan Domingo Perón por un golpe militar —la autoproclamada Revolución Libertadora— en 1955, muchos nombres empleados durante el mandato de aquel fueron suprimidos. De allí que el nombre de la Universidad fue oficialmente reemplazado el 14 de octubre de 1959.


La consolidación de la U.O.N. representó el replanteo de la inserción de la universidad en la sociedad y el país.



Perón y la Reforma Cultural